viernes, 14 de octubre de 2011

OSOS EN PELIGRO


A los ositos les encantaba salir con el papá y hacer largas caminatas sobre el hielo. Durante esos paseos interminables, patinaban, jugaban carreras, peleaba en broma y, cuando se cansaban, simplemente se echaban a dormir en el primer lugar que encontraban.
Aquella vez habían andado más que nunca y cuando comenzó a oscurecer se acurrucaron uno al lado del otro. Se durmieron al instante y tan profundamente, que no advirtieron que todo ese sector de hielo empezaba a desprenderse. El piso sobre el dormían comenzó a flotar y a desplazarse lentamente alejándose de la costa.
A la mañana siguiente, cuando se despertaron, vieron con desesperación que se encontraban en pleno mar. Lo peor que el sol pegaba fuerte y poco a poco el hielo se iba derritiendo. A ese ritmo, en uno o dos días no habría nada firme donde pisar... ¡Tenían que hacer algo! ¿ Pero qué? Era imposible regresar nadando y no había a quién pedirle ayuda. Encima, ya tenían hambre y sed.
Así pasaron las horas y, mientras el papá oso daba vueltas en círculo rascándose la cabeza y pensando cómo salir de allí, los dos ositos imaginaban riquísimas comidas y bebidas. De pronto, algo saltó del agua... ¡un pez! Uno de los ositos lo tomó instintivamente con la mano. ¡ Esa podría ser la comida! ¡Pescado! Pero en ese momento clavó la mirada en los ojos desesperados del pez. Seguramente tenía familia, amigos, novia y conocidos en el fondo del mar. Sus cumpleaños debían de ser muy bonitos y alegres. En su barrio de agua todos debían de quererlo. Si ellos se comían ese pez tan simpático, muchos otros peces se pondrían tristes. El osito sintió tanta pena que de inmediato soltó al pez, dejándolo caer al agua...
El otro osito intentó enojarse porque su hermano había desperdiciado la única posibilidad de comer; pero, la verdad, él también había sentido pena por ese pez. Después de eso pasó un rato sin novedades hasta que de pronto, sobre el bloque de hielo se elevó una ola gigantesca. El agua cayó sobre los tres osos, arrastrándolos como corchos. ¿Qué había producido semejante ola? Un animal increíble... ¡una ballena! ¡ Y sobre la cabeza de la ballena estaba aquel pececito que se había salvado! Los osos comprendieron que la ballena se quedaba ahí, quieta, para que ellos se le treparan sobre el lomo. Con mucho temor, casi temblando, los ositos apoyaron primero una pata y luego pasaron con extremo cuidado al lomo de la ballena. Después pasó el papá y se acomodó más atrás.
Con suavidad y lentitud, la ballena comenzó a nadar hacia la costa. Cada tanto respiraba y, al hacerlo, lanzaba un soplido que tiraba agua varios metros hacia arriba. Los ositos se olvidaron de que navegaban sobre una ballena y jugaron a meterse debajo del chorrito de agua. Cuando llegaron casi a la costa, la ballena se inclinó un poco y los tres osos se arrojaron de cabeza y nadaron hasta la playa.
Minutos después estaban a salvo, saludando con la mano a la ballena y al pez. Cuando los nuevos amigos se perdieron de vista, los ositos recordaron que tenían hambre y sed. ¡Pizza! ¡El lugar más cercano para comer pizza y tomar un refresco estaba como a cincuenta kilómetros! Pero bueno, ¡a ellos les encantaba caminar!.

AUTOR: Ricardo Mariño

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